El Corán es un libro de guía. Se trata de una hoja de ruta para el éxito y la felicidad eterna, un regalo del Creador para la creación. Es un libro lleno de señales, a las que Dios llama evidencias, pruebas y lecciones. Ellas confirman la existencia de Dios y advierten a la humanidad sobre el Día del Juicio, cuando cada uno de nosotros se presentará ante Dios agobiado, o enaltecido por sus buenas obras.
Una de las señales más evidentes es la historia de Moisés[1]. Es una historia que tiene muchas lecciones para la humanidad. Una parte de la historia en particular, que ha intrigado a la gente durante siglos, es la separación del Mar Rojo y el ahogamiento de los egipcios. Todas las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e Islam) cuentan más o menos la misma historia de Moisés; sin embargo, el Corán es capaz de completar los detalles y corregir las malas interpretaciones. Mientras que todas las versiones incluyen la separación del Mar Rojo y el ahogamiento del Faraón, el Corán nos dice que el cuerpo del faraón sería conservado para siempre como una señal.
«Conservaré tu cuerpo [luego de que te ahogues] y te convertirás en un signo para que reflexionen las generaciones que te sucedan. Pero muchas personas son indiferentes a Mis signos». (Corán 10:92)
Cuando el Faraón tuvo poder, riqueza, buena salud y fortaleza, se negó a reconocer a Dios. Negó las señales y se condenó a sí mismo. En el último minuto, cuando las olas se le venían encima y su corazón se estrechó de miedo, el Faraón reconoció a Dios. La arrogancia del Faraón desapareció pero, por desgracia, ya era demasiado tarde. Vio aproximarse la muerte y clamó a Dios movido por el miedo y el horror. El renombrado erudito islámico Ibn Kazir describe la muerte del Faraón.
«Cayó el telón sobre la tiranía del Faraón, y las olas arrojaron su cadáver a la orilla occidental. Los egipcios lo vieron y supieron que el dios al que adoraban y obedecían no era más que un hombre que no podía mantener a la muerte lejos de su propio cuello».
Dios llama a esto una señal para aquellos «para las generaciones futuras».
Muchos de los faraones de Egipto se comportaron como si fueran dioses. Si un Faraón reinaba durante 30 años, había una ceremonia llamada el festival Sed, donde el rey era convertido oficialmente en dios. Muchos faraones, en especial los que reinaron durante lo que se conoce como el Segundo Reino, construyeron numerosos monumentos y estatuas de sí mismos. Algunos, en particular Amenotep III y Ramsés II, quisieron dejar una marca, un recuerdo de su gran fuerza, riqueza y divinidad.
«(Dios le dijo a Moisés):Ve ante el Faraón, pues se ha excedido (es arrogante y demasiado orgulloso, y se ha negado a creer en Dios), y dile: ‘¿No deseas purificar tu comportamiento (del pecado de la incredulidad y convertirte en creyente)?’» (Corán 79: 17-18)
«Luego (el Faraón) le dio la espalda y desobedeció [el Mensaje]. Y convocó [a su pueblo] y les dijo: ‘Yo soy su Señor supremo’. Por eso Dios lo castigará en la otra vida, pero también en esta. En esta historia hay motivo de reflexión para quien tiene temor de Dios». (Corán 79:22-26)
«Dijo el Faraón: ‘¡Oh, corte! No conozco otra divinidad que no sea yo mismo. ¡Oh, Hamán! Enciende el horno para cocer ladrillos de barro, y construyan para mí una torre para que quizás así pueda ver al dios de Moisés’…». (Corán 28:38)
Los faraones del antiguo Egipto eran conocidos por sus excesos, sus creencias en múltiples dioses y, en ocasiones, su crueldad y opresión a los esclavos y los ciudadanos comunes. Cuando un ser humano se cree dios, es arrogante y tirano; sin embargo, en el caso del Faraón de Moisés, quien se encontraba en la cúspide de su arrogancia, Dios estaba dispuesto a perdonarlo. Él envió señal tras señal y prueba tras prueba de Su existencia, pero el Faraón eligió vivir como si no hubiera mañana. El Faraón eligió rechazar la oferta de perdón, y para él y quienes son como él, siempre hay un mañana y un juicio inevitable.
«Vayan tú [Moisés] y tu hermano acompañados de Mis milagros, y no descuiden Mi recuerdo. Preséntense ante el Faraón, pues se ha extralimitado (siendo incrédulo y desobediente, y comportándose como arrogante y tirano), pero háblenle cortésmente, para hacerlo entrar en razón o que sienta temor de Dios». (Corán 20:42-44)
Las señales enviadas por Dios al Faraón estaban destinadas a ser un recordatorio, pero él rechazó tales señales debido a su arrogancia y se convirtió en uno de los perdedores.
En la actualidadpodemos mirar el cuerpo preservado de un faraón, cualquier faraón, y recordar las palabras de Dios. También podemos ver el comportamiento de la gente de hoy día, que actúan como si fueran faraones del siglo XXI, y recordar cómo Dios castigó a los faraones del pasado. El destino final del Faraón es un recordatorio para toda la humanidad.
Nos recuerda que aquellos que eligen a sabiendas no adorar a Dios de la forma que Él merece por derecho propio, se arriesgan a no ser guiados jamás hacia el camino correcto. ¿Cuántas señales enviará Dios? ¿Una, un millón? ¿Vale la pena renunciar a la felicidad eterna por arrogancia y ego?
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[1] (www.islamreligion.com/es/articles/3366/)
Source: https://www.islamland.com/esp/articles/la-arrogancia-y-la-tirana-no-quedarn-impunes