Unos siglos antes de Jesús, nació la destacable civilización griega, que le trajo al mundo mentes fabulosas del conocimiento como Aristóteles, Euclides, Sócrates, Galeno y Ptolomeo. Sus contribuciones a la filosofía, la matemática, la geografía, la astronomía y la medicina se convirtieron en la piedra fundamental de la ciencia moderna.
Luego los romanos dejaron el control y surgió el Cristianismo trayendo consigo el calendario, como lo conocemos – AC y DC. Los romanos se rindieron a la invasión de las tribus bárbaras (anglosajones, francos, vándalos), los ancestros de la Europa actual. Devastado, el imperio cayó. Luego de su colapso, alrededor del siglo V, comenzó el período conocido como el oscurantismo. El mismo duró el siglo XV cuando Colón navegó hasta América marcando el surgimiento del Renacimiento.
Mucho se ha escrito sobre el período de la Antigüedad, destacando los logros científicos y culturales grecorromanos. Las bibliotecas están llenas de escritos sobre el Renacimiento, los cuales alaban lo brillante de esa era. Pero casi no hay nada sobre los diez siglos que hubo en el medio. La historia europea registra principalmente las dinastías dominantes, la religión, el sistema feudal, pero le presta poca atención al desarrollo de la ciencia en ese entonces. La imagen de que Europa pasó del esplendor de Grecia directo a la oscuridad y luego súbitamente al brillo ha dominado el pensamiento académico durante años. Lejos de tener ninguna lógica, esa suposición provoca dudas razonables sobre el eslabón perdido que duró diez siglos.
Para explicar este misticismo, uno puede querer observar más detenidamente la historia de otras partes del mundo y especialmente las civilizaciones que existieron en cercanía geográfica con el continente europeo. No es para nada sorprendente que el período del oscurantismo en el Norte de Europa coincida exactamente con el apogeo de la civilización musulmana en el Oriente y Sur de Europa. La civilización islámica efectivamente comenzó a existir en el año 622 DC cuando el Profeta Muhammad y sus compañeros huyeron de la hostilidad de La Meca hacia Medina donde se refugiaron y establecieron el primer estado islámico.
Para el año 750 DC, el Islam se había expandido y cubría tierras y países desde España hasta los límites con China. Junto con el Islam, llegó un nuevo espíritu de aprendizaje que dio como resultado descubrimientos científicos e inventos tecnológicos. La importancia del aprendizaje ha sido reconocida por los musulmanes como el medio para compartir la creatividad entre los pueblos y contribuir así a una comunicación efectiva. El Profeta Muhammad urgió a sus seguidores a buscar el conocimiento reconociendo los logros genuinos de los chinos, indios, africanos, etc. Grandes pensadores como Al-Bairuni, Al-Jawarizmi, Al-Idrissi, Al-Kindi, Ibn Sina, Al-Razi, Ibn Jaldún, Al-Jazin, Ibn al-Haizam, Al-Farabi, Al-Ghazali, al-Yazari y cientos más, brindaron diversos ejemplos.
Otros no musulmanes como Isaac Ibn Hunain y Hunayn ibn Ishaq – científicos cristianos nestorianos de la corte Abasida, o el astrónomo Thabit ibn Qurrah – sabeano, o Hasadai Ibn Shaprut e Ibn Maimon (Maimónides) – judíos de la España musulmana y muchos otros prosperaron y tenían posiciones respetables e influyentes en las sociedades musulmanas. La civilización musulmana se convirtió en el primer y más multiétnico ejemplo de sociedad. Con igual dedicación, árabes, turcos, persas, bereberes y kurdos buscaban soluciones a numerosos problemas sociales en la ciencia, la medicina, la ingeniería, la agricultura, etc. Sus esfuerzos resultaron en una arquitectura espectacular, arte creativo, bibliotecas, hospitales, universidades, descubrimientos geográficos como mapas del mundo, observatorios y conocimientos básicos de astronomía y mucho más – tal como dijo George Sarton:
“El milagro de la ciencia árabe, utilizando la palabra milagro como símbolo de nuestra incapacidad de explicar logros que fueron casi increíbles… no tiene paralelo en la historia del mundo”.
Debido a la política de ese tiempo, los científicos que siguieron no reconocieron lo oportuno y lo importante de la contribución de la civilización musulmana al desarrollo de la ciencia y la tecnología modernas. Ellos defendían la suposición de que Europa le debe todos sus avances a Grecia. Sin embargo, hay datos innegables que demuestran que durante la reconquista española de los asentamientos musulmanes, en particular Toledo en 1805, había grandes cantidades de obras musulmanas que fueron halladas y traducidas. Aún más, los dos siglos de las Cruzadas no solo estuvieron inmersos en sangre y guerras, sino que también ofrecieron una interacción cultural. Con toda esa información, es difícil creer que la Edad Media fue tan oscura como se la describe.
Sin los enormes aportes de la civilización musulmana, no conoceríamos los números arábigos que utilizamos a diario para calcular y para las matemáticas, no habría la suficiente agricultura, ni domesticación de animales para alimento, vestimenta o transporte; no conoceríamos el huso ni el tejido; la construcción; los drenajes y el riego; las norias y molinos de viento; la metalurgia y las herramientas; los barcos a vela; la observación astronómica; los relojes; el papel, la escritura y la conservación de registros; las leyes y la vida cívica; las monedas; el pensamiento abstracto y gran parte de nuestras ideas y símbolos religiosos. Y como concluye Wickens:
“No existe evidencia de que alguno de los elementos y procesos básicos, como tampoco las ideas, fueron realmente inventados en Occidente.”
El presente artículo fue originalmente una reseña de la autora, Camilla Sayf, con fecha 5 de Julio de 2003, sobre la publicación Introduction to Muslim Science, de FSTC Limited (Foundation for Science Technology and Civilisation).[1]